domingo, 2 de octubre de 2011

La Biblioteca de Alejandría tenía por propósito conformar y reafirmar la antigua religión de los antiguos: la Religión o Filosofía Perenne

Trayectoria del periplo 'conquistador' de Alejandro Magno (356-323):

334 al 323. Dedicó 11 años a ello.

La ciudad de Alejandría fue fundada por Alejandro Magno y construida por su antigua guardia personal.

Alejandro estimuló el respeto por las otras culturas y la búsqueda sin prejuicios del conocimiento.

Su ciudad estaba construida a una escala suntuosa, porque tenía que ser el centro mundial del comercio, de la cultura y del saber. Pero la maravilla mayor de Alejandría era su biblioteca y su correspondiente museo. Fue destrida en el año 365 d.C. por un terremoto y restaurada en el presente:

Del antiguo edificio lo que sobrevive es un sótano húmedo y olvidado del Serapeo, el anexo de la biblioteca, primitivamente un templo que fue reconsagrado al conocimiento. Unos pocos estantes enmohecidos pueden ser sus únicos restos físicos.

Sin embargo, este lugar fue en su época el cerebro y la gloria de la mayor ciudad del planeta, el primer auténtico instituto de investigación de la historia del mundo. Los eruditos de la biblioteca estudiaban el Cosmos entero; el Orden del Universo.

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El "Orden del Universo" es la creencia en la que se descansaban los antiguos. Orden era opuesto a Caos o sinsentido.
El Orden presupone el carácter profundamente interrelacionado de todas las cosas. Inspira admiración ante la intrincada y sutil construcción del universo.

Había en la biblioteca una comunidad de eruditos que exploraban la física, la literatura, la medicina, la astronomía, la geografía, la filosofía, las matemáticas, la biología y la ingeniería.

La ciencia y la erudición habían llegado a su edad adulta.

El genio florecía en aquellas salas. La Biblioteca de Alejandría es el lugar donde los hombres reunieron el conocimiento del mundo.

Eratóstenes midió el diámetro de la Tierra.

Hiparco, que ordenó el mapa de las constelaciones y estimó el brillo de las estrellas.

Euclides sistematizó de modo brillante la geometría y que en cierta ocasión dijo a su Rey que luchaba con un difícil problema matemático: "no hay un camino real hacia la geometría".

Dionisio de Tracia, el hombre que definió las partes del discurso y que hizo en el estudio del lenguaje lo que Euclides hizo en la geometría.

Herófilo, el fisiólogo que estableció, de modo seguro, que es el cerebro y no el corazón la sede de la inteligencia.

Apolonio de Pérgamo, el matemático que demostró las formas de las secciones cónicas - elipse, parábola e hipérbola—, las curvas que como sabemos actualmente siguen en sus órbitas los planetas, los cometas y las estrellas.

Arquímedes, el mayor genio mecánico hasta Leonardo de Vinci.

El astrónomo y geógrafo Tolomeo, que en su disposición por continuar leyendo el futuro (como lo hicieron todas las culturas antiguas) compiló gran parte de lo que es hoy la astrología: su universo centrado en la Tierra estuvo en boga durante 1.500 años.
Y entre estos grandes hombres hubo una gran mujer, Hipatia, matemática y astrónoma, el último genio de la biblioteca, cuyo martirio estuvo ligado a la destrucción de la biblioteca 7 siglos después de su fundación, cuando se intentaba imponer otra religión basada en el Caos.

Los reyes griegos de Egipto que sucedieron a Alejandro tenían ideas muy serias sobre el saber. Apoyaron durante siglos la investigación y mantuvieron la biblioteca para que ofreciera un ambiente adecuado de trabajo a las mejores mentes de la época.

La Biblioteca constaba de diez grandes salas de investigación, cada una dedicada a un tema distinto. Había fuentes y columnatas, jardines botánicos, un zoo, salas de disección, un observatorio, y una gran sala comedor donde se llevaban a cabo con toda libertad las discusiones críticas de las ideas.

Es difícil de estimar el número preciso de libros, pero parece probable que la Biblioteca contuviera 500.000 volúmenes, cada uno de ellos un rollo de papiro escrito a mano.

¿Qué destino tuvieron todos estos libros?

La civilización clásica que los creó acabó desintegrándose y la Biblioteca fue destruida deliberadamente. Sólo sobrevivió una pequeña fracción de sus obras junto con unos pocos y patéticos fragmentos dispersos. Y ¡qué tentadores son estos restos y fragmentos!

Sabemos, por ejemplo, que en los estantes de la Biblioteca había una obra del astrónomo Aristarco de Samos quien sostenía que la Tierra es uno de los planetas, que orbita el Sol como ellos, y que las estrellas están a una enorme distancia de nosotros.

Cada una de estas conclusiones es totalmente correcta, pero tuvimos que esperar casi 2.000 años para redescubrirlas. Si multiplicamos por cien mil nuestra sensación de privación por la pérdida de esta obra de Aristarco empezaremos a apreciar la grandeza de los logros de la civilización clásica y la tragedia de su destrucción.

Hemos superado la ciencia que el mundo antiguo conocía, pero hay lagunas irreparables en nuestros conocimientos históricos. Imaginemos los misterios que podríamos resolver sobre nuestro pasado si dispusiéramos de una tarjeta de lector para la Biblioteca de Alejandría. Sabemos que había una historia del mundo en tres volúmenes, perdida actualmente, de un sacerdote babilonio llamado Beroso. El primer volumen se ocupaba del intervalo desde la Creación hasta el Diluvio un período al cual atribuyó una duración de 432.000 años, es decir cien veces más que la cronología del Antiguo Testamento
Sólo en un punto de la historia pasada hubo la promesa de una civilización científica brillante. Era beneficiaria del despertar jónico, y tenía su ciudadela en la Biblioteca de Alejandría donde, hace 2.000 años, las mejores mentes de la antigüedad establecieron las bases del estudio sistemático de la matemática, la física, la biología, la astronomía, la literatura, la geografía y la medicina.

Todavía estamos construyendo sobre estas bases.

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